De Castro Font soñaba con la gobernación, pero algo le pasó que terminó en lo que es hoy
Por Benjamín Torres Gotay /btorres@elnuevodia.com
Su linaje se remonta al mismísimo Román Baldorioty de Castro, uno de los pilares de esa curiosa estirpe de la política boricua llamada autonomismo. Su abuelo fue Jorge Font Saldaña, secretario de gabinete de varios gobernadores populares y legislador por muchos años.
Fue electo a la Cámara de Representantes por primera vez en 1988, a la tierna edad de 25 años. Los que lo que conocen dicen que todo esto le hizo sentir que estaba predestinado a la gloria que sólo se vive cuando uno se sienta tras un despacho de caoba, manda y le obedecen.
Hasta el nombre suena a prócer: Jorge Adolfo de Castro Font. Tenía un plan y su nombre y linaje lo
respaldaban.De Castro Font, a quien la cara de niño sólo se le vino a ir luego del ramillete de malas fortunas que ha tenido desde que fue acusado de corrupción poco antes de las elecciones de 2008, llegó a la política siendo un imberbe, de la mano del ex presidente cameral José Ronaldo Jarabo, a quien, según cuentan, imitaba hasta en el vestir.
Consciente siempre de la ruta que se había trazado, leyó y estudio historia, trabajó arduamente, y con mucho ahínco, para convertirse en un player de alto nivel. Entendió la importancia de cultivar alianzas, de arrimarse a los que sabían, de estar entre los grandes. Lo hizo, y muy bien.
Tenía carisma, buena presencia, era articulado, culto en los parámetros de lo que es cultura en la política partidista, hábil y muy mañoso. Era también ambicioso, zafio, hasta arrogante. Lo único que no tenía era talento. Pero eso no necesariamente es un óbice en la política. Por el contrario, muchas veces es un atributo.
En fin, que parecía destinado a lo más alto. Algo, sin embargo, le pasó en el camino, alguna piedra, algún desengaño indescifrable, algo bien tremendo que lo sacó de la ruta que con tanta determinación seguía y lo hizo lo que es hoy: un hombre acorralado, frágil, cada día más solo, cada día, en apariencia, más vulnerable, cuya única certeza, en este momento, son los muchos años de cárcel que le esperan.
Hubo dos eventos que, mirados ahora, parece que lo sacudieron bastante. El primero se debió a un tremendo error de cálculo que cometió debido a su juventud de entonces: en 1995 retó a Sila María Calderón en primarias por la Alcaldía de San Juan, ese tramo entonces indispensable antes de aspirar a la gobernación, y cogió la pela del siglo.
Ahí, tuvo una revelación. Con horror, entendió que pertenecía a esa extraña clase de ser político que puede resultar electo todas las veces que le dé la gana oculto en un combo de candidatos legislativos, pero que no le ganan ni al gato cuando aparecen solos y desamparados en una papeleta.
El segundo golpe vino cinco años después, en el 2000, también a manos de Calderón. De Castro Font había amarrado los votos para presidir la Cámara de Representantes. Pero en un imprevisto caucus de atardecer, en la sede del Partido Popular Democrático (PPD), la Señora torció brazos como sólo ella sabe hacerlo y le entregó la presidencia a Carlos Vizcarrondo.
El sueño que le quedaba después de que se esfumara el de la gobernación, la presidencia de la Cámara, le fue arrebatado cuando ya casi podía olerlo y tocarlo. “He sido sacrificado por mi partido, al cual he defendido toda mi vida”, dijo entonces, con su habitual histrionismo.
De ahí en adelante, no fue ya más el mismo. Se fue desligando poco a poco del PPD, el partido de casi todos sus ancestros, y dos años después, en septiembre de 2002, hacía su ingreso al Partido Nuevo Progresista (PNP).
Algo de fe en sí mismo, en la política y en el País, parece que había perdido para entonces.
Se dedicó, pues, a otros menesteres.
Los testimonios en su contra coinciden en que fue más o menos para esta época, allá para el 2000, que comenzó a vender protección legislativa, y que fue desde el 2004, cuando en una voltereta de ésas que marean terminó como el hombre más poderoso del Senado del PNP, que de verdad se volvió verdaderamente glotón.
El trayecto de montaña rusa de Castro Font en la vida pública no termina aún. Coopera con dos pesquisas federales y quiere desenmascarar a quienes supuestamente quisieron comprar su silencio. Pero éste no es, ni de lejos, el destino que soñó cuando, con su cara de niño, irrumpió en la política hace ya más de dos décadas.
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